viernes, 11 de noviembre de 2011

LAS PALABRAS JESÚS DE NAZARET





UNA INVITACIÓN PARA VIDA

Todo el que cree en el Hijo, tendrá vida eterna.


Un hombre rico planeó un gran banquete, invitó a muchas personas. Cuando se completaron las preparaciones, envió a sus siervos a los que habían invitado, anunciando: “Vengan, porque todo está listo.”

Pero ellos empezaron a poner excusas. El primero respondió: “Hace poco compré un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me excuses.”

El segundo dijo: “He comprado un rebaño de ganado y tengo que ir a examinarlo. Te ruego que me excuses.”

Otro contestó: “Acabo de casarme, y no puedo asistir.”

Finalmente el siervo retornó y refirió a su señor lo que había acontecido. A esto, el hombre rico se enfureció y dijo a su sirviente: “Ve rápidamente a las calles de la ciudad, y recoge a los pobres, a los cojos, a los enfermos y a los ciegos.”

El siervo hizo lo que le pidió su señor, y luego regresó diciendo: “Señor, he cumplido tu mandato, y aún hay lugar en la mesa.”

“Ve, entonces” replicó el hombre rico, “por los caminos y los campos e invita a todos los que encuentres a que vengan para que mi mesa se llene. Pues te digo que ninguno de esos que fueron invitados originalmente probarán del banquete que preparé para ellos.”
Cualquiera que oye mi palabra y crea en Aquel que me ha enviado, tendrá vida eterna, y no será condenado; pues pasará de muerte a vida. No se sorprendan por esto, pues llegará un tiempo cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y aquellos que oigan su voz vivirán. Los muertos en la tumba oirán su voz y serán resucitados; aquellos que hayan hecho el bien serán resucitados a una nueva vida, y a aquellos que hayan vivido en pecado serán resucitados a condenación.

Como el Padre tiene el poder de dar la vida, así el Hijo tiene el don de vida; y le ha sido dada la autoridad de ejecutar juicio, porque él es el Mesías, el Hijo del hombre.

Yo no puedo hacer nada de mi propia cuenta; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo; porque yo no hago mi propia voluntad, sino la voluntad del Padre que me ha enviado.

Este es el camino a la vida eterna: conocer al único Dios verdadero y a Jesucristo, ¡el enviado a la tierra! Porque Dios amó tanto al mundo que Él envió a su único Hijo a morir, para que cualquiera que en él crea, no perezca, sino que sea salvado.


1996, R. L. Cantaleon



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